Valparaíso en el año “AÑO 12” (2003-2015)

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Por Vicente Mesina, historiador, profesor universitario.

Qué duda cabe de que Valparaíso es una ciudad de carácter marcado y de notables atractivos. Sin embargo ¡qué experiencia ruda es a veces caminar  por su Casco Histórico! Es desilusionante sacarse la venda del cariño y ver los sitios vacíos y el abandono de su barrio original, el  "barrio puerto", todo esto en el contexto de más de una década de una gestión y  debate  insolventes frente al tema del patrimonio. Esto, porque en los doce años transcurridos desde la declaratoria de UNESCO en 2003,  no se ha contado desde las instancias oficiales ni con planes, ni con la prevención, ni menos  con el cuidado de barrios o monumentos. Sin iniciativas de esa índole, el patrimonio tangible está permanentemente en peligro. En cuanto al tema de la restauración, también hemos carecido de una efectiva legislación y de un riguroso seguimiento, para que ella pueda ser algo más que una recuperación inmobiliaria.

Llevamos ya más de una década en Valparaíso frente este  auge del cultivo de su pasado,  pero  no ha habido tampoco una búsqueda y práctica historiográfica urbana profunda para sustentarla.   Se ha estado  hablando durante doce años en Valparaíso acerca de su patrimonio,  pero en términos de una simplificación casi dadaísta de su pasado urbano que, por el contrario, posee en el tiempo largo tantos hitos destacables dentro del desarrollo de la arquitectura chilena y el propio diseño de la ciudad. Ese  pasado, por ejemplo, se ha sobreidentificado con la llegada de los inmigrantes gringos y con una remota y poco clara edad de oro. Con ello se ha hecho  de ese pasado un patrimonio casi inventado, una trivialización o una recuperación meramente estética, extraviando las coordenadas históricas y temporales que en este tema son esenciales. A lo largo de estos doce años la gran crítica a la industria del patrimonio local, es haberlo convertido en un objeto de consumo, en  un recurso económico,  pero de baja calidad por supuesto, debido insistimos, a su ausencia de contenido. De este modo  la deseada recuperación no ha sido amplia y se ha concentrado en determinados sectores –íconos decimonónicos, la mayoría de ellos- muchas veces con desagradables consecuencias para los vecinos. Eso no es lo único; el concepto de patrimonio, produce una  “…respuesta emocional instantánea…” exacerbando el chauvinismo en el conjunto de  la ciudadanía, que por cierto a lo largo de estos años también ha solido comportarse de manera bastante  irreflexiva y poco capaz de cuestionar con base lo hecho o dicho por la autoridad.

 En general, el concepto de Patrimonio que se ha empleado en el discurso más vocinglero implica de cierta manera que la historia, (en este caso, la historia de esta ciudad) como proceso de cambio ha terminado o debería haberlo hecho, convirtiendo al porteño en un “…público capaz de contemplar el pasado solo en función de la nostalgia …”. Es inquietante sobre todo cuando Valparaíso enfrenta la encrucijada del siglo respecto al nuevo desarrollo portuario, que esa nostalgia individualista mal formada o mal comprendida, pueda llegar a distorsionar la visión  global del progreso de la ciudad. O que en vista del fin de la historia crea legítimo detener su proceso histórico actual -que es por demás consecuente con su larga historia de más de cuatro siglos- y detener su avance. La polémica acerca la construcción del Terminal 2 es un ejemplo de ello.


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