La debilidad de Chile
por Gonzalo Ibáñez
ex-diputado y doctor en
Derecho
Chile enfrenta severos problemas limítrofes con dos de sus
vecinos. Por una parte, Bolivia ha renovado con inusitada virulencia sus
demandas para abrir un paso hacia el
Océano Pacífico. Perú, por la otra, hace caso omiso de la clara señal que
significó el fallo de la Corte de La Haya que resolvió su demanda acerca del
límite marítimo con Chile y que determinó que esa delimitación comienza, como
es natural y obvio, en la tierra en
un determinado lugar. Ahora, afirma que el límite terrestre con Chile comienza
algunos centenares de metros más al sur y realiza actos jurídicos destinados a
reivindicar un territorio de algunas hectáreas que siempre ha estado bajo el
gobierno chileno de manera tranquila y pacífica durante casi siglo y medio.
La concordancia de estas estrategias y la altanería de que
dan muestras estos vecinos no es casualidad. Está claro que sus analistas han
apreciado una circunstancia especialmente favorable para sus reclamos: la
extrema división que presenta Chile en su frente interno hasta el punto de que
le puede ser aplicada la dura sentencia de Cristo: "Todo reino
dividido contra sí mismo, es asolado; y una casa dividida contra sí misma,
cae" (Lucas 11, 17). Después de décadas de
unidad y de crecimiento, el país se ha visto enfrentado, en estos dos últimos
años, a una política que ha conseguido frenar el desarrollo del país y que
ensaya provocar agudos antagonismos entre sus habitantes. Con la consigna de la
igualdad como motivo, este gobierno ha iniciado una serie de reformas que
apuntan a construir claramente una sociedad utópica. Es así como despliega, en
primer lugar, una estrategia destinada a coartar la iniciativa privada y a
dejar al país sin el motor que ésta significa en el crecimiento económico: las
reformas tributaria y laboral constituyen los medios para este fin. El costo ya
lo pagan los más pobres cuyas posibilidades de incrementar sus ingresos se ve
claramente disminuida. Por otra parte, una estrategia que, con el pretexto de
dejar fuera al "mercado", ponga en manos de quienes controlan el
aparato estatal toda la educación que se imparta en el territorio nacional. La
política de enfrentamiento entre chilenos llega incluso a que el gobierno haya
presentado un proyecto de ley que permita e incentive el asesinato de quienes
aún permanecen en el seno de sus madres. Las víctimas serán, por cierto,
quienes están por nacer; pero, asimismo, las madres que en un inmenso número de
casos se verán forzadas a seguir el camino de esta ley. El falso conflicto de
La Araucanía, que ha cobrado víctimas fatales, es otra muestra de lo que
afirmamos: frente al recrudecimiento del terrorismo en esa región, el gobierno
permanece prácticamente impasible como si nada sucediera. Es, sin duda, una
actitud cómplice.
Un gobierno está llamado a ser el
principal factor de unidad en la población; el nuestro de ahora camina a
convertirse en todo lo contrario. Gracias a Dios y, sin duda, a la experiencia
que el pueblo chileno ha adquirido en los momentos difíciles, es que esta
política todavía no rinde sus nefastos frutos. Pero sí pone en tensión las
relaciones sociales y debilita la fortaleza interna para responder a las
amenazas de agresión externa. Es indudable que mientras no arreglemos nuestros
problemas internos, nuestra posición de cara a los conflictos con nuestros
vecinos seguirá siendo débil y aún más de lo que lo es hoy día.
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