Por la paz de Chile

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        Desde hace ya algún tiempo a la fecha se ha agudizado la política de persecución a los uniformados que, cualquier haya sido su grado jerárquico, participaron de alguna manera en el régimen militar. Hace 25 años que ese gobierno terminó y 42 que sucedieron los hechos del 11 de septiembre de 1973. Los uniformados que estuvieron ahí están todos ellos retirados de las filas, son de edad avanzada, muchos de ellos muy enfermos y varios ya han fallecido. Sin embargo, la persecución no amaina. Muchas veces sin pruebas suficientes, pasando a llevar plazos de prescripción, y principios elementales de Derecho Penal como el principio pro reo. Son más de mil los militares procesados y cientos de ellos los que han sido condenados a altas penas de prisión. Es cierto e indesmentible que durante el régimen militar se cometieron excesos que no admiten excusa, pero hubo multitud de otros donde la responsabilidad de los que aplicaron la fuerza se confunde con la de aquellos que la hicieron inevitable. Por eso, es muy difícil juzgar en estos casos y por eso es por lo que los países deciden, para tranquilizar los espíritus y procurar la paz social, sacar esos casos de la discusión judicial a través de leyes de amnistía. No se trata de olvidar, pero sí de trasladar la discusión a otros ámbitos, como el académico.

         Juzgar estos casos como si hubiesen ocurrido en una situación de normalidad es el principio de una notoria injusticia. Sostener que el paso dado por los uniformados aquel 11 de septiembre de 1973 fue un acto de sedición motivado por un puro y descarado afán de poder y que el gobierno depuesto era un gobierno de justicia, de eficiencia y de respeto a las libertades de todos constituye claramente un intento por echar por tierra la verdad histórica. Y cuando eso sucede queda a la vista que lo que hay detrás no es tanto una sed de justicia sino, más bien, una sed de venganza. Y esto es grave no sólo para los que se ven afectados de manera directa, sino para todo el país. La justicia es el fundamento de la paz social; la venganza, en cambio atiza los odios y constituye el caldo de cultivo para la desunión y el afán de revancha. Mantener vivo el capítulo abierto el 11 de septiembre de 1973 impide que el país cierre sus heridas y provoca que, por el contrario, quede expuesto a todas las consecuencias. Y así como hoy hay algunos que aprovechando su transitoria posición de poder dan rienda suelta a su sed de venganza, mañana puede suceder lo mismo, pero en sentido contrario, entrando el país en un espiral de violencia que va a terminar con su destrucción.

      Urge pues terminar con este espectáculo de los uniformados desfilando de los tribunales a las cárceles del país. La paz y la justicia exigen cerrar este capítulo.



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